domingo, 14 de octubre de 2012

Esperando mi hora

Aguardo impávido sobre la silla esperando que llegue la hora. Hoy lejos de esas plazas menores en las que tantas veces han hecho el paseíllo mis compañeros y hermanos, nos guarecen las cinco estrellas de un hotel con clase y todo lujo en el servicio, puesto que lo que hoy nos toca, es afrontar el compromiso de Bilbao con lo que ello supone. El dicho de plaza grande toro grande aquí se magnifica e intensifica. Hoy hago mi debut. Para ello me han adornado con las mejores galas. El vestido color tabaco bien cargado de oro en su bordado con su elegante morilla blanca es de estreno como la ocasión merece. Solamente verlo en la silla desprende una profunda sensación de grandeza. Tan nuevo como incomodo, parece esperar a que llegue el momento de pasar a primer plano. No por eso pierde interés ni protagonismo en el ritual. Es una parte más desde que comienzan a crearlo. De hecho el ritual del toreo, y del torero también pasa por angustiosas y agridulces esperas. La suya es una espera de silencio junto la camisa y la pañoleta. El fajín, las medias y las zapatillas esperan su hora al lado del añadido y la montera


Yo protejo a todos ellos sobre la silla precedido por la imagen de Jesús que llevo grabado en mi cuerpo. La tranquilidad inquieta, nerviosa y expectante de la habitación se ve alterada por la llegada de algunos miembros de la cuadrilla que regresan del sorteo. Una corrida cinqueña, agradablemente seria, pero bien hecha. El 34 es una pintura, con carita de buena gente. Descolgado. Bajo de manos. Un “taco” de toro vamos. Que van a decir los de confianza. Poco a poco la habitación vuelve a la calma intranquila e inquietante de antes. Al cabo de unas horas, después de una ligera comida y una desvelada reconfortante siesta, termina el ritual de vestirse de torero. Aunque mi sensación de protagonismo no la he perdido desde que llegue al hotel, ahora me toca pasar a primer plano. Salimos para la plaza. Sé que mi destino es ese, y aunque anhele algunas sensaciones que experimentan mis compañeros y hermanos, es mi hora. Dentro de la multitud de gente que se amontona a la entrada de la plaza e incluso en el patio de cuadrillas, lo que me apetece es quedarme tranquilo. Solo. Estoy pero no estoy. Cuando pasa la agonizante espera, abrazo a ese tabaco y oro y al torero y los cubro para protegerlos con mi imagen. Arranca el paseíllo


Despacioso y torero. Místico y romántico. Miedo. Tensión. Al llegar al final del mismo termina prácticamente mi labor dentro del ritual. Solo me queda presenciar la corrida como si un dulce desmayo me hiciera caer sobre la barrera. Jamás podré llegar a sentir el roce de unos pitones o del propio duro y rígido pelo del toro en mi cuerpo. Su respiración. Las chinas de la oscura arena de la plaza impactando sobre mis vuelos lanzadas como balas desde sus pezuñas. Fuerza. A mí me crearon para el ritual y para facilitar el sentimiento de la torería en los prolegómenos de la corrida. Ahí termina mi protagonismo. Como si un dulce desmayo...me hiciera caer sobre la barrera


Texto: JAVI VILLAVERDE
Fotos: JOSÉ MANUEL LOMAS

"Este escrito ha participado en el certamen literario -Cocherito de Bilbao- este mismo año y ha sido publicado reciéntemente en una sección de opinión del portal www.burladero.com"